domingo, 3 de marzo de 2024


El cabo de Gata


 

A UNA MADRE

QUE NUNCA VIO EL MAR

 

Si volviera a nacer.

¡Ay, si volviera a nacer,

cuánto me gustaría 

poder ser la madre de mi madre!

 

Si volviera a nacer

te pondría los zapatos nuevos

y el mejor vestido

para ir al colegio

al que nunca fuiste.

 

Si volviera a nacer,

al salir del colegio 

te compraría chuches

y bolas dulces de algodón.

 

Si volviera a nacer

no llorarías tanto

y serías una niña feliz.

 

Si volviera a nacer

intentaría hacerte ver

que el amor no es dolor.

 

Si volviera a nacer

te enseñaría lo maravillosa

que es la vida

en brazos de quien te quiere.

 

Si volviera a nacer

te daría todos los besos

que te faltaron de niña

incluso de madre y mujer.

 

Si volviera a nacer

te leería todos los cuentos 

que nadie te leyó

y que tú no pudiste 

porque no sabías leer.

 

Si volviera a nacer 

te arrebujaría las mantas,

te besaría la frente

y al mismo tiempo, muy quedo,

te susurraría al oído un te quiero

con una canción de cuna.


Si volviera a nacer

pasearíamos por el parque

escuchando la música

que, con las hojas de otoño,

hacen nuestros pies.

Chapotearíamos

en el agua de los charcos

mientras los árboles,

semidesnudos,

nos mandarían mensajes de paz

en forma de hojas amarillas, 

y jugaríamos en el suelo,

mucho rato,

con las hojas recién caídas.

 

Si volviera a nacer.

¡Ay, si volviera a nacer

no crecerías atando tu corazón

a hielos, rastrojos y sudores,

pucheros, fríos y calores!

 

Si volviera a nacer

viajaríamos en los cuernos de la luna

hasta la orilla del mar

que nunca viste.

 

Pasearíamos por sus playas

con nuestros pies desnudos,

mojándonos por la orilla

y mirando con esperanza

la línea del horizonte azul 

del cielo y del mar.

¡Ay, si volviera a nacer!

 

 ©Jaime Monteagudo Monteagudo

19/10/2022

 

 

 

 

sábado, 27 de enero de 2024


Una palabra de SIETE letras

 

 

“Si las rocas respiran, ¿no habrás de hacerlo tú? Brama el mar en su nombre y en el tuyo. Entra y rompe, imprudente, las costuras, el cuidadoso atado de los cuerpos. Se lleva por delante las costillas, ese armazón de barco y de velamen que reclama el oxígeno y el tórax.”

 De María Ángeles Pérez López, LIBRO MEDITERRÁNEO DE LOS MUERTOS, VI PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MARGARITA HIERRO, FCPJH.

 “María Ángeles Pérez López: «La poesía es un espacio de resistencia. Es un no, un no grande»”

 Entrevista de María Pachón (Maldita cultura)

 Leer a María Ángeles Pérez López es revivirse a una misma. Leyéndola también un hombre, ojalá, convivirá con su genialogía si, en vez de tijeras, emplea las ‘llaves que sí, ofrece la poeta. Llaves que abren baúles de recuerdos sin palabras tejidos por nuestras madres, y por las suyas, y las suyas de las suyas; llaves que abren puertas a un presente de colores eternamente avivado por animalas que fueron y serán ‘no extinguidas’, ‘no olvidadas’, ‘no muertas’.

Leer la poesía de María Ángeles Pérez López es pervivirnos mientras seguimos desviviéndonos por vivir.

Nota: Las palabras genialogía, animala, centaura y muso no aparecen entre comillas o en cursiva porque merecen el reconocimiento de existir.

       María Ángeles, antes de nada, o de todo, GRACIAS por su poesía. Nos gustaría conocer un poco más de usted a través de sus primeros recuerdos literarios. ¿Algún familiar o ser querido la estimuló a constituirse en la poesía?

       Tengo el recuerdo muy feliz de una profesora en el instituto, catorce años tenía yo en ese momento, que trajo a la clase Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz cantado por Amancio Prada. Escuché esas palabras como quien escucha a un extraterrestre [risas], es decir, como si fuera un lenguaje venido de otro tiempo y otro lugar y otro mundo. Y la estupefacción, y la felicidad también, y el desconcierto fueron enormes. No ha habido nadie en mi entorno cercano vinculado a las palabras. Pero sí sentí pronto el apoyo sobre todo de profesoras y profesores. También después, en la facultad, cuando hice Filología Hispánica, empecé a compartir textos con profesores que eran poetas y que hoy son grandes maestros y grandes amigos. No ha habido ese entorno familiar, pero sí un entorno de amistad y de formación en el que la poesía ha ocupado un lugar central, en el que ha sido una respiración.

       ¿Y a qué edad comenzó a escribir?

       Con quince o dieciséis años me recuerdo garabateando en las carpetas que teníamos así en formato grande, con un poco el deseo de remedar a Alberti, que había escrito Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, a Lorca y su Poeta en Nueva York. Me preguntaba cómo se podía escribir de esa manera, qué pasaba con las palabras… En realidad, empiezo pronto a escribir; publico bastante tarde. Pero esos años de la adolescencia, de la primera juventud, de la facultad, son años de borronear: llenar papeles, empezar a compartir esos textos, empezar a ir a tertulias, a soñar con revistas literarias… Ese mundo en el que empiezas a pensarte en esa dimensión: la del lenguaje.

       Me fascina el modo en el que construye poesía desde lo cotidiano. ¿El hecho de limpiar el polvo o de hacer un café es en sí poesía, o es necesario que escribamos sobre la tarea de limpiar el polvo o de hacer un café para crear poesía?

       Seguro que la poesía, lo que pueda significar, es una forma de mirada. Es una creatividad con respecto a lo que nos rodea, y eso nos pertenece a todos, radicalmente. Lo que ocurre es que nuestra mirada se disciplina severamente, vamos perdiendo la capacidad de ver. La rutina del ojo, la rutina de la mano hacen invisible lo que pasa a nuestro alrededor. Y puede ser eso, el café o la lavadora, pero también pueden ser el amor y tantas otras cosas. Claro, como el amor es una experiencia que te rompe y te construye completamente es difícil que pase desapercibida. Pero otros pequeños gestos pueden pasar desapercibidos. Yo no creo que necesitemos que el poeta nos diga. Yo creo que lo extraordinario es que junto al poeta abramos esos espacios de nuestra sensibilidad para percibir hasta qué punto todo lo que nos rodea puede ser digno del asombro. Siempre me recuerdo un verso de la peruana Blanca Varela que decía: «Pero dime, ¿durará este asombro?». Esa pregunta, yo creo, es la pregunta de vivir.

       Y esta pregunta es reiterativa, se hace siempre a las poetas. Sin embargo, su respuesta nunca es la misma. En su definición esencial, ¿qué es la poesía?

       Es aquello que se resiste a pertenecernos de alguna manera, pero que constituye esa relación básica con el lenguaje que acompaña a la humanidad desde su origen y que la va a acompañar hasta el final. No son palabras mías ni mucho menos; son palabras de grandes poetas que me han precedido y que, en esa vinculación con las palabras, se preguntan quiénes somos, qué significa ser, quién es el otro, la otra, cómo vivir, hasta dónde alcanza nuestra posibilidad. Y yo decía resistencia como cualidad de la poesía porque la poesía no cede muchas veces a esa parte de los lenguajes instrumentales, de los lenguajes codificados en los que ya no queda vida, son espacios muertos. La poesía tiene esa posibilidad, creo, una y otra vez, de recordarnos, por ejemplo, la resistencia de lo vivo ante la muerte, la resistencia ante la frialdad, ante el sufrimiento en cualquiera de sus formas, ante la injusticia, ante cualquiera de las heridas, de los dolores. La poesía es ser consciente, es preguntarte por tu alrededor, por el pasado, por el presente, por el futuro. Por eso en la poesía todas las definiciones son posibles, no hay dos definiciones iguales. Para mí sería eso, un ejercicio de resistencia en relación con lenguajes devaluados, con lenguajes empobrecedores, con lenguajes que cosifican, con lenguajes que nos hacen creer que las personas de pronto son mercancías, que las cosas y los animales nos pertenecen, que nos pertenece la Tierra. Y ahí la poesía está recordándonos una y otra vez un no, un no grande.

       Usted crea una poesía íntima pero a la vez extrospectiva por tener muy claro esto: la maravilla del ser consciente. Sus palabras surgen de la cotidianidad, de las inquietudes por la memoria, propia y colectiva, del ser femenino. ¿Qué comentario podría hacernos de estas tres temáticas constantes en su espacio poético?

       Cuando empiezo a escribir no sé bien qué significa hacer poesía. Son caminos de búsqueda. A estas alturas, después de seis libros publicados, lo sé mucho menos que cuando empecé a escribir. En realidad, la idea de buscar, de preguntarme, es constante. Lo que sí es cierto es que hay elementos que son recurrentes porque tienen que ver con las grandes obsesiones. Decía Juan Gelman que «el poeta no tiene temas, sino obsesiones, un collar de obsesiones», y yo creo que es así. Memoria individual y colectiva de algún modo, ese pasado que nos ha ido conformando. También, desde luego, lo que significa ser mujer. En el primer libro no soy consciente de si esto tiene algún peso, solo hay un último poema al final donde me pregunto qué podrá significar venir de una estirpe de mujeres que no ha llegado a las palabras, que no ha tenido acceso a las palabras.

       ¿De qué forma esa pregunta se convierte en obsesión?

       Ya a partir del segundo y tercer libro, de ahí en adelante, soy consciente del peso de lo femenino por el propio vivir la experiencia de la desigualdad en la mujer en tantos ámbitos, por muchas lecturas, por la necesidad de repensar una sociedad y un tiempo patriarcales, machistas, donde la violencia de género es presente, donde hay políticas de igualdad que no logran modificar cifras por las que sangramos. Eso va cobrando mucho peso; cobra peso en mí como ciudadana, como esposa, como madre, como profesora, como un ser humano que mira y se conduele. Cristina Rivera Garza, la escritora mexicana, habla de ese condolerse, dolerse con. Es entonces cuando entra la preocupación por el qué significa escribir como mujer, por cuáles son los límites y cuáles las posibilidades. Si es una habitación propia, como escribe Virginia Woolf, ¿cuál es la llave de esa habitación propia? ¿Se trata, tal vez, de una habitación cuyos muros hay que demoler para que sea la habitación conectada de la que habla Remedios Zafra? Todo eso entra, y entra creativamente y se va volviendo una obsesión, es decir, algo de lo que no puedo prescindir porque es una piel, una segunda piel sobre la primera piel, algo que se funde y crea la necesidad de repensar, de deconstruir, de revisar críticamente muchos de los elementos que decimos, porque decimos ‘ser mujer’ pero también ‘ser hombre’, de repensar y reconstruir los modelos de lo femenino y de lo masculino. Lo real nos interviene, pero nosotras y nosotros también intervenimos en lo real, lo transformamos. Por suerte, estas son cuestiones que respiro cada día y comparto con muchas otras personas, escritoras y escritores.

      Por lo anterior, supongo, la presencia del ‘yo’, muy intensa hasta Carnalidad del frío, va desvaneciéndose en La ausente y desaparece a partir de Atavío y puñal. ¿Es necesaria la vacuidad del yo para concebir que «somos de la Tierra»?

      ¡Ay! No lo sé… Pero a lo mejor por eso he escrito estos libros, porque no lo sabía y a día de hoy tampoco lo sé. Lo que sí percibí en un momento dado es que el ‘yo’ que habitualmente nombra no deja de ser un solo espacio y que, en la medida en que intentara ser consciente de que era una creación personal, una ficción, el terreno de mi imaginario, podría tomar distancia e intentar relegarlo, evitarlo para, tal vez, abrir ventanas y puertas a otras tonalidades, a otras sensibilidades, a otras experiencias que yo no he tenido pero otras personas sí, por lo que puedo sentirlas como mías. Hay una voluntad explícita de tomar distancia porque la literatura, el arte, nos permite vivir muchas vidas.

Por eso, en Atavío y puñal la mujer ya no es el ‘yo’, y en Fiebre y compasión de los metales apenas hay nada humano, o a lo mejor también los metales son totalmente humanos. No lo sé, porque ahora llegué como a una encrucijada y estoy preguntándome. Honestamente, no creo tener ninguna respuesta, pero sí numerosas preguntas. La pregunta es lo que desata, aquello que de verdad merece la pena, desde ahí se puede hablar.

       Su último libro, Fiebre y compasión de los metales, me ha desatado muchas preguntas. Siento que sus versos son más encabalgados, pero también cada vez más abstractos; que quizás no recojo lo que usted me ofrece. Francamente, no me supone un problema: el poema ‘Una naranja’, escrito «con y contra Borges y Parra», me envuelve. ¿Le preocupa la abstracción?

       Es algo que pesa mucho sobre mí. Me angustió con ese libro. Llevaba varios años sin escribir, sin saber hacia dónde podía escribir. De pronto las tijeras del inicio son las que desencadenan el libro con ese gesto de cortar un hilo de palabras, y a partir de ahí se suceden otros objetos metálicos. Me preguntaba por su frialdad, por su abstracción, por qué podían decirle a alguien una cuchilla, un bisturí… si eso podía llegar a alguien. Pero también, honestamente, era el territorio en el que me sentí capaz de decir.

       ¿Por qué motivo?

       Porque de un lado está todo lo que nos rodea y es real más allá de nosotros, o más acá, o más arriba o más abajo. Tiene su contundente verdad, distinta de la verdad humana, o de la verdad de cada una de nosotras, de cada una de las siete mil millones de personas sobre la Tierra. Es su pequeña gran verdad. Entonces yo quería, por un lado, ser honesta en la escucha de esa pequeña gran verdad y, por otro, no dejar de sentir que hay una persona, o un lenguaje a través de una persona, que está sintiendo esa pequeña verdad y haciéndola suya de algún modo.

       ¿De ahí ‘Una Naranja’ y su paradoja?

       Sí, la naranja que está y no está. No es una naranja real que pudiéramos ahora compartir y llenara de felicidad nuestras bocas. Sin embargo, quiere serlo, quiere aproximarse a eso, quiere traer esa alegría del invierno, del color, de la saliva…, y para traerla necesita que las palabras se entreguen a esa felicidad de lo pequeño, de la pequeña verdad de la naranja que también conoce el cuchillo, que también conoce lo que significa la muerte. En esa paradoja yo sentía el libro: entre lo concreto de alguien que en un momento determinado dice y hace suyos los objetos, y el objeto por sí mismo en su radical extranjería con respecto a quien dice. Por eso el ritmo es a veces muy rápido, un ritmo como atravesado por esos encabalgamientos, un ritmo tajado, sajado, como si no fuera posible respirar armónicamente, con cierta asfixia y cierta febrilidad, la del título.

       Leerle es sentir también la febril sensualidad de María Luisa Bombal, la desolación de Idea Vilariño. ¿Podría haber llevado a cabo un estudio de estas y otras escritoras con la profundidad con que los hizo sobre escritores como Vicente Huidobro, Juan Gelman o Nicanor Parra?

       Es tanto el trabajo que nos queda por hacer en ese sentido a día de hoy, 2018… Las conocemos poco, a algunas un poquito más por, a veces, razones extraliterarias, como su vida, su muerte, su relación sentimental con, circunstancias concretas de su biografía… Conocemos poco ese legado de voces. Formo parte de una asociación llamada Genialogías, de mujeres poetas en España que, en un momento determinado, nos preguntamos por esa genialogía menos visible, poco visible. Yo no tuve apenas contacto con autoras cuando estudié. En mis primeros años como profesora prácticamente no incluían autoras y me parecía natural, había naturalizado esta cuestión. Con el tiempo veo que los estudios se van sucediendo, las reflexiones feministas van cobrando peso y trabajos como el de esta asociación, y otros que vienen desde hace décadas, hacen visible su patrimonio.

       Ahí asociaciones como Genialogías o Clásicas y Modernas tienen un campo enorme.

       Sí, porque lo que ocurre es que percibimos que ese legado de la poesía, de la novela, del cuento, del teatro, del ensayo escrito por autoras, igual que pasa con filósofas, científicas, con tantos otros órdenes, resulta muy poco visible, y tiene que ver, claro, con la estructura patriarcal. Porque la mirada ha privilegiado lo masculino, ha asociado el logos a lo masculino, ha asociado el conocimiento a lo masculino, por supuesto a lo que es el mandato de la ley, pero también a cualquier acercamiento a las formas del saber. Aprender de otra manera, aprender lo que ellas han dicho: Ida Vitale, enorme, maravillosa, último Premio Cervantes, y tantas autoras que ahora estamos empezando a conocer mejor. Lo que yo desearía es que esta cuestión finalmente sí logre traspasar el ámbito de generaciones concretas, de personas concretas, de mujeres y hombres concretos, poniendo luz sobre lo que han hecho. Porque de algún modo percibimos que lo que ellas han hecho, ese legado prodigioso, no lo terminamos de heredar. Es decir, en los años ochenta ya hay antologías relevantes de poetas españolas; antes, desde luego, también. Es decir, han estado publicando, han estado recibiendo premios… Sin embargo, cuando vamos a los libros de texto, cuando vamos a las librerías, cuando vamos a las listas de textos fundamentales, del establecimiento de cánones, de un canon para un país, para una sociedad concreta, cuando vamos a las tesis doctorales, a la bibliografía crítica, a los prólogos, a todo ese conjunto de puentes que permiten llegar a ellas, percibimos que nos falta mucho por hacer, mucho por hacer.

      Genialogías surge también de ese juego de palabras, tenemos una genealogía de genias. Lo que ocurre es que la palabra genia no existe en español, como no existe la palabra muso, porque naturalmente las palabras las ha creado una sociedad concreta en un tiempo concreto. El lenguaje, igual que es sexista, es racista y clasista, y está atravesado por las grandes cuestiones de la sociedad. Cómo lo pensamos, cómo lo decimos, qué hacemos con esas palabras y con todo lo demás es lo que corresponde a esas preguntas que nos formulamos todo el tiempo.

       Poeta, poetisa. Animal, animala. Me encanta ese concepto de animala.

       Animala es un préstamo que le pedí a Gonzalo Rojas, me encanta la idea. Y qué bien Marta Sanz con su reciente ensayo Monstruas y Centauras. Qué bien poder ampliar el lenguaje, porque ampliar el lenguaje es ampliar el mundo y nuestra experiencia del mundo.

       Entonces, ¿se puede diferenciar la militancia feminista de la militancia poética?

       Para mí no. Supongo que habrá quien crea que sí, porque sienta que lo feminista está negando validez a la gran poesía escrita por autores, pero en absoluto es así para mí. En los enfoques feministas, o en una gran parte de ellos, hay una ampliación y un enriquecimiento de todo lo que consideramos humano. Si lo humano ha sido pensado en términos de masculino, blanco, heterosexual y cristiano, ¿cuántas experiencias estamos dejando afuera? Lo que pasa por los cuerpos y su relación con Eros, el erotismo de la política y de la sociedad, cobra muchísima más luz desde una política feminista. Los ángulos son muchísimo más relevantes, e igual que puedo sentirme Don Quijote de la Mancha, espero que cualquier lector pueda sentirse Anna Karenina no solo cuando la escribe un hombre, sino también cuando la escribe una mujer. Es decir, todas esas formas de lo humano, con todas sus modulaciones, sus matices y sus diferencias, nos multiplican y hacen maravillosa la posibilidad de leer y escribir. Ahí estaremos en lo que nombraba Marta Sanz como nuevos lenguajes del feminismo cuando centaura sea, claro que sí, una parte de lo que podemos ser.

       Por tanto, es seguro que la poesía nos va a acompañar hasta el final.

       Irá mutando, tendrá cualquier tipo de desarrollo, pero nos va acompañar porque es una bendición, es un regalo sentir que de esa soledad radical de cada uno y cada una podamos tender puentes. Siempre me gustó la idea de que la poesía era un puente que tendíamos hacia alguna parte. Por eso creo que es tan importante y lo ha sido en todas las épocas. De manera distinta en cada una de ellas, sí, pero lo ha sido y tengo fe radical en que lo seguirá siendo. Esa fe de los ingenuos [risas].

       Hasta el final que ya se aproxima, el de esta entrevista, seguro. Unas respuestas breves: ¿Julio es Garmendia, Cortázar, ambos o ninguno?

       [Risas] Qué pregunta más difícil. Todos. Y Julio Vélez, que fue profesor mío y me los enseñó. Todos ellos, Julios todos.

       ¿Aún necesita tabaco para escribir?

       No, ya no. Aunque todavía tengo nostalgia.

       ¿Qué libro está leyendo en este momento?

       Acabo de terminar con entusiasmo Monstruas y Centauras de Marta Sanz y estoy leyendo Cuerpos antes del olvido de Yirama Castaño, una poeta colombiana muy destacada.

       ¿Podría dedicarnos una única palabra?

       GRACIAS. Rafael Cadenas, el gran poeta venezolano, dice que la palabra gracias no se agota nunca. Hay algo en la palabra gracias, algo en su verdad de siete letras. Una palabra tan pequeñita que necesita dos manos para ser contada. Algo mágico ocurre con ella.

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María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967), es poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca. Ha merecido distinciones como el Premio Tardor y el Premio de Poesía “Ciudad de Badajoz” y ha formado parte del jurado de varios premios literarios, entre otros, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio “Miguel de Cervantes”.

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domingo, 3 de diciembre de 2023

 


dos fortines
nada permanece oculto excepto lo que se ignora

el cementerio rojo

Elena Cabrera 

elDiario.es

 

Getafe Sector 3 tiene nombre de incubadora, de proyecto secreto, de novelita de ciencia ficción. De maqueta a la que alguien se olvidó de darle un nombre de verdad al pasar a la vida real, o le dio pereza, o le venció la inercia. Es un barrio de laboratorio, construido desde la nada. En él viven cerca de 30.000 personas, gran parte de ellos en pulcras líneas de chalés adosados, formando ordenadas urbanizaciones. Desde el aire, el paisaje se confunde con una placa de circuitos integrados. 

Como una ciudad en miniatura, al Sector 3 no le falta su centro comercial (dos, en realidad), su polideportivo, sus colegios públicos y privados, su instituto, su club social, su centro cultural y, en una inesperada apuesta de amor por el arte, su conservatorio de música y hasta un centro de poesía que conserva el legado de José Hierro. Entre el conservatorio y el centro poético, separados por pocos metros de distancia, hay un parque de skate, acompañado de una escuela de aprendizaje de este deporte. Pegando a todos estos lugares de enseñanza, hay uno que no cuenta nada: se trata de dos montículos de piedras grafiteadas, sucias, ruinas abandonadas y cubiertas de maleza. Ante la ausencia de mayor explicación, parecieran dos piedras en el camino de la edificación total, del aprovechamiento de cada metro cuadrado con cualquier cosa que sea de utilidad. “Un cáncer urbanístico”, que es como llama a esta voracidad una de las personas que más sabe de la historia de Getafe, José María Real Pingarrón, vicepresidente de la Asociación Amigos del Museo de Getafe y autor de 11 libros de historia sobre esta ciudad.

Se trata de dos fortines, uno junto al otro, con forma de prisma rectangular bajito, o de cubo cortado a media altura. A uno de ellos le falta el techo y la maleza crece en su interior. En el otro se ve la basura acumulada al mirar por la tronera por la que los soldados sacaban sus metralletas. Se construyeron para reforzar la línea de defensa ante las tropas franquistas que avanzaban por la carretera de Toledo, camino de Madrid. Cuando en 1985 se diseñó Sector 3, las máquinas estuvieron a punto de arrasar con ellos, pero el excalde de Getafe, Pedro Castro, dio la orden de preservarlos. Aquel era el primer mandato del edil socialista. Luego renovó seis veces más, pero nunca quiso memorializarlos o musealizarlos. Sencillamente, los esquivó.

El motivo, según José María, es que en Getafe impera “la ley del silencio”. Significativo, en un lugar cargado con tanta historia: las trincheras de la guerra; el hospital de sangre por el que pasaron 6.000 hombres y murieron más de 600 soldados franquistas, situado en el Colegio de los Escolapios o la atestada cárcel, que contuvo –“como piojos en costura”, dice el historiador— hasta 1.700 presos a un mismo tiempo y por la que pasó Rosario la dinamitera. Tímidamente, el murmullo que supondría la instalación de 15 placas explicativas en esos lugares de memoria a lo largo de Getafe, podría convertirse en una conversación en voz alta.

No hay solo silencio, también hay conflicto en el Sector 3. El nombre de Francisco Lastra Valdemar, último alcalde republicano de Getafe, ha sido arrancado dos veces de la historia. La primera, cuando el Ayuntamiento de Madrid retiró las lápidas con los nombres de los fusilados en el Cementerio de La Almudena, tapia contra la cual fue fusilado Lastra en 1940. La segunda, cuando en enero de 2020 alguien robó la placa que le rendía homenaje, instalada sobre una humilde piedra, junto a un árbol cualquiera, a la sombra de los áridos bloques de vivienda nueva. Dos años antes, el consistorio declaró a Lastra alcalde honorífico, a pesar del voto en contra del Partido Popular, que dijo que “su biografía no es merecedora de ningún reconocimiento”. Agricultor de profesión y miembro de la UGT, Francisco Lastra jugó un papel importante en el fracaso de la sublevación militar en Getafe, en el momento del Golpe de Estado. Aguantó lo que pudo, pero cuando las tropas del general Varela comenzaron a doblegar los pueblos del sur de Madrid, muchos huyeron a la capital, incluyendo el pleno de la corporación, que se trasladó, sin disolverse, a la trastienda de la alpargatería Torres, que todavía sigue abierta en el número 185 de la calle Alcalá, junto a Manuel Becerra.

Cuando Lastra fue apresado, le internaron en la insalubre prisión de Getafe, donde no había agua corriente, los pozos de aguas fecales estaban anegados y todo lo que tenían para beber era lo que cabía en una lata que había contenido leche condensada. En las noches, para dormir, si querían darse la vuelta tenían que hacerlo de veinte en veinte. A los que sacaban de madrugada, en un carro de la basura con una campanilla que tintineaba, y que despertaba a todos los presos anunciando el terror de una muerte aleatoria e inminente, se los llevaban a fusilar al que llamaron “cementerio rojo”. Por allí pasaron más de 2.600 personas que, si sobrevivieron, no olvidaron. Hoy en día, aquel lugar de horror se ha convertido en la biblioteca pública Ricardo de la Vega. En la puerta no hay una placa que recuerde lo que pasó allí, pero sí hay una escultura en homenaje al último alcalde franquista, Ángel Arroyo Soberón.

Parece que en un futuro no muy lejano habrá una explicación junto a los fortines que rompa la intriga del paseante sobre estas piedras sucias y abandonadas. Pero eso no quiere decir que dejen de estar sucias y abandonadas. Aún no hay plan para ello. El ayuntamiento actual tiene un grupo de memoria histórica dentro de la concejalía de cultura, por lo que hay interés en proteger los lugares de memoria, que se extienden también por los fortines del controvertido Cerro de los Ángeles y las trincheras del Barranco de Filipinas, muy cerca del monolito que recuerda el accidente aéreo de La Marañosa, donde cayó un avión de Iberia que cubría la línea entre Tánger y Madrid en 1957. La ley del silencio a la que aludía José María es la que decide qué esculturas y monolitos deben recordar los sucesos de la historia y qué conviene dejar de lado hasta que se convierta en ruina.

Elena Cabrera

23 de agosto de 2021


domingo, 24 de septiembre de 2023


 Sol, pinos y abejas en Iruelas


Casida de Alaia

 

 

 

En paz el horizonte

de agujas verdes y frondosos pinos.

Titilan las estrellas

sobre el remanso azul del río.

 

La música en el aire,

y el sol aun no ha salido.

Ha llegado la hora.

El calendario ya se ha consumido.

 

En una caja de zapatos cabe.

Hoy es cuatro de agosto, y ha nacido.

Un rebujo de lienzo

acoge con ternura su vagido.

 

Lo muestra con arrobo.

Sus senos temblorosos son su nido.

Alaia en ellos duerme confiada:

en los brazos de Olvido.

 

pb/2023


martes, 13 de junio de 2023


Retama en flor

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Nº 20

"Las Florecillas Verdes", de Lotario de Gotemburgo

Prólogo

Las florecillas verdes es un no-libro de LoGo, acrónimo de su autor, un desconocido cuya obra es etérea, de prosa farfullera, (y hasta podría calificarse de maloliente), pero atractiva por el señuelo de su semántica, que emana de cálidas palabras encauzadas a la provocación del lector para que persiga con su lectura un fin inexistente, empecinado en ver en qué acaba aquello. Salvan la obra un par de detalles, o tres: el primero es cuando arroja la plancha caliente por la ventana, mientras tararea una canción de cuna: el punto álgido de la acción es cuando el artefacto enchufado sobrevuela el cuarto, sale por la ventana, planea hacia la calzada y, antes de llegar al asfalto, deja medio barrio en llamas. En otro momento crítico inventa una palabra indescriptible (como este no-libro), cuya pronunciación complica tanto las sinapsis de su propio cerebro que, una vez escrita, la deja en blanco cuando debe repetirla en otra frase, o inserta en su lugar un manchurrón e invita al lector a que interprete lo que quiera. Y la tercera y última broma que LoGo prodiga a lo largo de los cinco tomos del no-libro (auténtica genialidad nunca expuesta en obra literaria de tan elegante y estrafalario verbo, soez y malsonante hasta la náusea, a la que el autor se aplica con delectación), es el protervo interés de que no se le lea; no obstante, lo salva el empleo de lindas palabras, apenas verdecidas por el acervo y elegancia que exhibe una gama de matices fatuos, inmateriales, confusos, con los que expresa, derrochando maestría y conocimientos sin tasa, (no exentos de alguna excentricidad imperdonable), la nada más absoluta y completa que pudiera expresarse sin palabras, arrastrando al lector a su fase final, en la que todos, incluso el mismísimo falso autor, agradecen que nunca estos tomos se hayan escrito después de no publicados.

Vale

Breves, 2023

martes, 11 de abril de 2023

Figuras

 


Figuras del monte. Iruelas: descenso de Cerro Agudo.



Solo un verso

 

Un verso. Solo un verso.

Quiero tener un verso

excepcional, sublime,

que me tenga prendido a la montaña,

que sea luz divina,

que me atrape

y ya no exista yo sin su presencia.

 

Quiero tener un verso

guardado en la memoria,

sentirlo como un faro,

degustarlo

cuando la musa brille por su ausencia.

 

Quiero tener un verso,

no me importa de quién, pero que grite

en todo mi interior.

 

No porque lo haya escrito.

Me da igual de quien sea.

Quiero tener un verso

que me distraiga, me lleve; que me salve…

 

¡Quiero tener un verso al que agarrarme!


sábado, 21 de enero de 2023

Un cuento de Navidad


 El castañar del Tiemblo

UN CUENTO DE NAVIDAD

Margarita, a sus casi diez años, ha vivido muchas experiencias y, a través de las ventanitas de sus bonitos ojos azules, observa y mira minuciosamente cómo pasan los días; y en cada instante hay algo nuevo, diferente; no se puede perder nada; todo le llama la atención; le gustaría participar en tantas y tantas cosas… está como distraída, pero no pierde de vista nada de lo que sucede a su alrededor.

      Isabel se acerca, y le dice:

      —Margarita, preciosa, ha llegado la horita, —mientras, con una gran sonrisa, acaricia su pálida carita— Oye, Margarita, tienes nombre de flor, pero tú eres más bonita.

      Margarita sonríe; en sus cristalinos pómulos aparece un leve rubor sonrosado, y de sus delicados labios sale un débil: “gracias”.

      Isabel, para animarla, le pregunta:

      —¿Has escrito la carta a los Reyes Magos?

      —Sí…

      —Y, ¿Qué les has pedido?

      —Solo una cosa…

      —¿Y qué es?, si se puede saber…

      —Que, cuando me salga el pelo, sea como el tuyo, Isabel.

 Fabián López/ Enero de 2023

martes, 13 de diciembre de 2022

el adjetivo y sus arrugas


 El adjetivo y sus arrugas

 Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: “Dime con quién andas…”, ” Tanto va el cántaro a la fuente…”, ” El muerto al hoyo…”, etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas.

 El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación -sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico. Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine para darse “un tono de época”. Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico. En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes.

Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la adjetivación.

 Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.

  Alejo Carpentier (1904/1980)

lunes, 24 de octubre de 2022

una casa con todo dentro


 Lanchas de Iruelas


UNA CASA CON TODOS DENTRO

 

 

hay una belleza

al otro lado de la belleza

 

te pide

 

que despiertes cuando todos

a un tiempo

despiertan

 

una casa con todos

dentro

cada uno de los días festivos

 

que duerman todavía

mientras aun soñamos

 

al término de los trabajos

 

ser un hombre

al otro lado de un hombre

 

con muchos otros

concretos

cada vez

 

fuera del jardín

 

todos

manifiestamente asiduos

 

al rigor de las estrellas

el porvenir animal

 

se puede

con otros si cada otros


 Jon Obeso

De “Tala”

V premio internacional de poesía “Margarita Hierro”

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LA INSTANTÁNEA

 

no puedo concentrarme

un continuo dum-dum

me turba y me sosiega

 

angosta es la ensenada

oprimen las paredes

amago volteretas

 

susurros en el puerto

no sé de mí qué quieren

aturde su insistencia

 

al fondo hay un resquicio

resbalo por su sima

la claridad me ciega

 

un lecho me recibe

palpita en él dum-dum

me acuna y alimenta

 

lava mi desnudez

pesa calibra mide

secciona la cadena

 

en un paño me lía

entrega mi figura

en brazos de la abuela

 

un viejo emocionado

captura en su artefacto

la instantánea perfecta

 

ya estoy en este mundo

en algodón me miman

celebran una fiesta

 

hola me llamo Jara

Arán es mi hermanito

y quiero que me quiera

 

A Jara

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domingo, 14 de agosto de 2022

Amanecer en el Valle






Amanecer en el Valle

Valle de Iruelas



EL JARDÍN



entré en el jardín 

pisé la tierra 

arruiné el azar de los tallos


qué me importan ahora las flores

los frutos o las ramas


arranqué mi centro de mesa desde la raíz


primer amor


Jon Obeso

Tala, V premio internacional Margarita Hierro (2022)

FCPJH

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Dafne


Soy Dafne, la dríada / del roble y del baño.

Mi papá me lleva / sentada en su brazo,

una piernecita / para cada lado,

su mano en mi pecho, / su codo hacia abajo.

Y cuando le miro / con mis ojos claros,

le ríen sus ojos, / y siento sus manos

firmes como rocas, / dulces como el árbol.


Yo, Dafne, me siento / segura en sus brazos

entre sus palabras / de viento en los labios

hablando de amores, / de música y canto,

de risas, de mimos, / de besos y abrazos.

Es río y me guarda / cuando yo me baño,

y en laurel me muda / si alguien me hace daño.

Mis ojos no lloran / si él sigue a mi lado.


Pb / 2022


Mitología griega. Dafne: dríade del bosque y ninfa de las aguas, es hija de Ladón, Dios río, y de Gea, la Tierra Primigenia. El dios Apolo se enamora de Dafne, y ella le rechaza. Apolo la acosa, y ella pide ayuda a su padre-río, rogándole que la convierta en laurel. 

Actualmente es un símbolo del feminismo, al no admitir la sumisión ciega al hombre.

Dafne, en castellano, es laurel.


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miércoles, 13 de julio de 2022

El petirrojo

Desde Iruelas




El petirrojo hembra gorjea su fina melodía, salta en el jardín de una ramita a otra, extiende sus alas, parece levantar el vuelo, pero retrocede y repite el juego ajeno a mi presencia, pero no a la de una culebra de escalera, a la que corteja con su baile y canción, tan inclinado el reptil a la actuación que no me advierte, y avanza hacia el ave en un lentísimo rastreo entre las plantas y adornos del lado de la parcela, a dos metros y medio de la casita.

  El petirrojo hembra desprecia el peligro; la culebra, taimada e inexorable, avanza; y yo, mudo e inmóvil, espero el ataque del ofidio en un descuido macabro del pajarito.

  Llegan al final de la parcela, y el petirrojo hembra levanta el vuelo y se encarama en la valla, al lado del petirrojo macho, que lo ha seguido todo sin moverse, temblando, supongo, porque deseaba que la maniobra de distracción de su pareja funcionara, como así ha sido, pues ha conseguido alejar a la culebra de escalera del nido que tienen bajo la casita de papel. 

sábado, 30 de abril de 2022

Mujeres que caminan.


MUJERES QUE CAMINAN

    —Hay guerra. Siempre hay guerra. Las explosiones y los disparos nos acompañan. Apenas le hacemos caso. Algunas veces llegan noticias de asesinatos, de limpieza étnica, pero seguimos viviendo. Siempre hay quien lo justifica. A veces te toca de cerca. Entonces lo ves de otro modo, pero enseguida te acostumbras. Es una forma de vida.

    —Yo, Um Chawki, contaré lo que veo a mis hijos e hijas; a mis nietos. He perdido a diecisiete miembros de mi familia. A mi marido. A mi hijo de doce años…

    Nos desalojan de mi casa: vivíamos en Bir Hassán, y nos obligan a trasladarnos al campamento de refugiados de Chatila.

    Son falangistas, y los acompañan tres soldados israelíes. Nos separan de los hombres y nos obligan a caminar por la carretera hasta la ciudad deportiva... Vamos muchas mujeres. Lloran y chillan. Dicen que han matado a sus hombres.

    Al amanecer logro huir con mis hijas. Los soldados israelíes nos permiten abandonar el perímetro: actúan de forma arbitraria, permiten el paso a unos, y se lo niegan a otros…

    Dejo a mis hijas en la escuela de un barrio cercano, y regreso a Chatila de madrugada. Viene conmigo otra mujer que ha perdido a toda su familia. Nos aproximamos al barrio de Orsal. Hay muchos cadáveres amontonados. Están irreconocibles… hinchados, con la cara deformada… Identifico a veintiocho cadáveres de una misma familia libanesa…, dos son mujeres con el vientre destripado… Intento localizar por la ropa a mi hijo y a mi marido… Busco todo el día.

    Amanece, y vuelvo…, no reconozco a ningún cadáver de la gente de Bir Hassán.  No encuentro los restos de mi hijo, ni los de mi marido. En mi ausencia, un grupo de falangistas en retirada viola a una de mis hijas.          

    Pienso en lo sucedido día y noche.

    He criado sola a mis hijos, a mis hijas... Me vi obligada a mendigar. No lo olvidaré nunca. Quiero vengar todo lo ocurrido. Mi corazón está de luto. Es negro, como el color de mi vestido. Contaré lo que vi a mis hijos, a mis hijas, a mis nietos...

    —Soy Siham Balqis, y resido en el campamento de Shatila. Tengo 26 años. Escuchamos disparos la noche del jueves, pero no nos sorprende, es la guerra, para nosotros es un sonido habitual.

    Vivo en el campamento de Shatila, al final de las dos zonas de chabolas. Vienen los milicianos. Han comenzado por el campamento de Sabra, y avanzan hacia el norte. Nos alcanzan el día sábado por la mañana.

    Son las siete. Se acercan tres falangistas y un soldado israelí, y nos ordenan salir de casa. Uno de los libaneses se lanza hacia mí para atacarme, pero el israelí lo para, como para demostrar que él es mejor que ellos.

    Por la conmoción generada, una vecina libanesa se dirige a los combatientes, diciendo que ella ha escuchado que están matando gente. Los combatientes desestiman sus comentarios; ella insiste, y les pide ayuda para los palestinos llevados al Hospital Gaza, al final del campamento de Sabra. Entonces preguntan por la ubicación del hospital, se van hacia el lugar, lo rodean y cercan a unas 200 personas que se encuentran dentro. Luego ordenan a los médicos y enfermeras salir del edificio: la mayoría son extranjeros o libaneses.

    Un joven palestino de apellido Salem, de 21 años, se pone un atuendo médico e intenta salir para escapar. Los milicianos libaneses lo intuyen, y, al descubrir que es palestino, le llenan el cuerpo de balas.

    A continuación forman grupos: las mujeres a un lado, y los hombres a otro. Escogen a los hombres al azar y hacen que se arrastren por el suelo. Deducen que, quien se arrastra bien, es debido a algún tipo de entrenamiento militar, y entonces los trasladan a un banco de arena, y los asesinan. Los falangistas libaneses, a los que quedamos vivos, nos obligan a marchar sobre los cadáveres esparcidos por las calles hacia el gran estadio deportivo que se ubica a las afueras del campamento.

    Caminamos sobre los cuerpos de los muertos, y entre las bombas de racimo. Paso al lado de un tanque, donde el cuerpo de un bebé de pocos días se encuentra aplastado e incrustado entre las ruedas de oruga del vehículo.

    En el estadio los israelíes gobiernan las acciones. Aquí es donde han traído a mi hermano Salah, de 30 años de edad, para ser interrogado. Aquí los hombres son interrogados, torturados y asesinados. Muy pocos salen con vida. Los israelíes los amenazan, diciéndoles: "Si no cooperas con nosotros, te entregamos a los falangistas".

    La familia de Abú Maher había huido de sus hogares en Safad, en el Israel actual, y vive en el campamento. En un principio no da crédito a los hombres y mujeres que le apremian a huir de su casa. Una vecina se pone a gritar; me asomo y veo cómo la matan a tiros. Su hija echa a correr; los asesinos la persiguen gritando ¡Mátenla, mátenla, no la dejen escapar! Ella me grita, pero no puedo hacer nada. Al final logra escapar.

    —Soy Wadha Sabeq, tengo 33 años, y vivo en Bir Hassán, un barrio predominantemente libanés a las afueras de los campamentos. El día viernes por la mañana, nuestros vecinos nos dicen que tenemos que presentar nuestras identificaciones impresas en la embajada de Kuwait,  ubicada fuera del acceso al campamento de  Sabra, así que nos fuimos todos.

    Me llevé a mis ocho hijos, de entre 3 y 19 años de edad.

    Cuando pasamos por Shatila, nos detienen los falangistas. Nos llevan con otros, y separan a los hombres de las mujeres. Los combatientes se llevan a 15 hombres de mi familia, incluyendo a mi hijo Mohammad,  de 19 años de edad, a mi hijo Alí de 15 años de edad, y a su hermano de 30 años.

    Alinean a los hombres contra la pared, y nos dicen a las mujeres que tenemos que trasladarnos al estadio. Nos ordenan caminar en una sola fila, y no mirar ni a la izquierda ni a la derecha. Combatientes falangistas caminan junto a ellos para asegurarse del cumplimiento de esas instrucciones.

    Esa fue la última vez que vi a mi familia.

    Una vez en el estadio, esperamos. Todavía no sabemos lo que está pasando; imaginamos que quieren revisar nuestros documentos de identidad. Después de pasar todo el día en el estadio, los israelíes nos envían a casa.

    A la mañana siguiente, regreso al estadio para preguntar acerca de los hombres.

    Una mujer se acerca hasta el estadio gritando, y nos dice que tenemos que ir al campamento a reconocer los cuerpos.

    Corremos hasta el campamento, y, al ver los cuerpos esparcidos por el suelo, me desmayo. No se pueden reconocer, sus caras y sus cuerpos están cubiertos de sangre, y desfigurados. Sólo se puede identificar a la gente por la ropa que lleva puesta.

    No puedo encontrar a mis hijos, a ninguno de mi familia. Recurrimos a la Media Luna Roja, a los hospitales, todos los días, para preguntar por ellos. Nadie tiene respuestas.

    Nunca encontramos sus cuerpos.

    (corren lágrimas por sus mejillas)

    —Soy Jaled Abú Noor, un adolescente que dejé el campamento para ir a las montañas para adiestrarme en la milicia antes de que los falangistas aliados de Israel entraran en Sabra y Chatila. No siento culpa por no haberme quedado a luchar contra los violadores y asesinos. Lo me que siento es hundido.

    Exigimos justicia, procesos en tribunales internacionales… pero no hubo nada. Nadie fue declarado responsable, nadie compareció ante la justicia. Por eso tuvimos que sufrir en la guerra de los campamentos de 1986 (a manos de libaneses chiítas), y por eso los israelíes pudieron dar muerte a tantos palestinos en la guerra de Gaza de 2008-2009. Si se hubiera juzgado a los asesinos de hace 30 años, esas otras matanzas no habrían ocurrido.

    —Soy Jameel Khalifa, de 16 años de edad recién cumplidos. Es sábado por la mañana, y vemos bajar a los soldados por el banco de arena. Se dirigen a las casas. Vemos tanques acercándose, militares israelíes, falangistas libaneses, alguno viste de civil, alguno con máscaras. A medida que los combatientes comienzan a golpear las puertas de las casas, la mayor parte de mi familia escapa por la parte trasera a la vivienda vecina. Al oír las órdenes de los soldados de que no nos iban a disparar si nos rendíamos, una mujer de edad avanzada destroza un pañuelo blanco, y reparte tiras a cada uno de ellos para poder agitar la tela de color blanco e  impedir que los militares disparen.

    Mi papá, que me acompaña, me dice que no salga del refugio, pero le digo que debemos salir. Las mujeres abandonan el refugio. Cuando mi madre sale de la vivienda, un combatiente libanés la empuja en el estómago con su Kalashnikov. "Te voy a matar, hija de…" Un soldado israelí observa de cerca, y le dice en hebreo que la deje. Mi padre sale del refugio detrás de mi madre. Al salir es asesinado de un tiro en la cabeza por el soldado israelí.

    Como todo el mundo, nos vemos obligados por los combatientes a desplazarnos. Estaba muy asustada porque habíamos visto cómo a los que trataban de huir los asesinaban francotiradores.

    En el camino, yo y otros niños logramos escapar por un callejón hacia una mezquita situada al interior del campamento; nos topamos con un grupo de gente mayor sentada afuera de la mezquita, y les decimos que los israelíes han llegado y están matando a la gente. No nos creen, nos llaman mentirosos, y nos dicen que los dejemos en paz.

    Viendo cómo la gente es ejecutada, mi familia consigue escapar a través de los muchos pequeños callejones y pasajes que componen el campamento.

    En mi huida, finalmente, llego al Hospital Gaza, y encuentro a mi familia. Nos las arreglamos para salir del campamento, y nos refugiamos en una escuela en el barrio libanés de Cornich el Mazraa. Sólo regresamos a nuestra casa cuando nos confirman que la masacre ha terminado.

    En al camino volvemos a ver cadáveres descuartizados: los falangistas y los israelíes han colocados minas bajo ellos y los han hecho explotar.

    Recuerdo el olor. Es muy fuerte, y se mantiene durante una semana, a pesar de que rociaron el campamento para deshacerse del hedor.

    —Soy Amina Sakaa. Nos obligaron a estar de pie sobre los cadáveres de nuestros propios vecinos. Mi hermana quiso tapar mis ojos, pero un soldado se lo prohibió porque querían que viéramos lo que estaba ocurriendo. 

    —Yo soy Sana Mahmoud Sersawi. Los israelíes se han apostado enfrente de la embajada de Kuwait, y en la estación de servicio de Rihab, a la entrada de Chatila; y piden por medio de altavoces que vayamos hacia ellos. Así es como caemos en sus manos. Nos llevan a la Cité Sportiff y hacen andar a los hombres detrás de nosotras. Pero les han quitado las camisetas y empiezan a vendarles los ojos. Los israelíes interrogan a los jóvenes, y la Falange entrega, aproximadamente, a 200 personas más a los israelíes. Y así es como nunca volvieron ni mi marido, ni el marido de mi hermana.

    Mi nombre es Munir. Los asesinos han llegado a la puerta del refugio, y gritan que salga todo el mundo fuera. Y afuera, contra la pared, ponen a los hombres que hay dentro, e inmediatamente los ametrallan. Yo miro. Los asesinos van hacia otros grupos, y los matan; luego vuelven de improviso, abren fuego indiscriminado, y todos caen al suelo.

    Yo me quedo tumbada, sin moverme; no sé si mi madre y mis hermanas viven. Oigo a los asesinos. Gritan: Si alguien de vosotros está herido, lo llevaremos al hospital. No os preocupéis. Levantaos...

    Unas pocas personas tratan de levantarse, o gimen, y de inmediato los rematan con disparos en la cabeza.

    —Soy Samiha Hijazi.  El jueves, durante el bombardeo, llegan los israelíes y, cuando empeora la situación, bajamos al sótano.

    El viernes leemos que ayer hubo masacre.

    Tras saberlo, me acerco a la casa de mis vecinos, y encuentro a Mustafa Al-Habarat herido, tumbado en el suelo del baño en un charco de sangre. Su mujer y sus hijos yacen muertos. Le llevamos al hospital y, nada más dejarle, huimos del campo.

    Al volver la calma, busco a mi hija y a su marido; durante cuatro días remuevo entre los cadáveres. Al final los encuentro: Zeinab fue asesinada, le quemaron la cara. A su marido le partieron con los machetes: estaba sin cabeza.

    —Yo, Mouna Hussein, me encuentro en mi casa, en Horch, embarazada de cuatro meses, y con otro bebé... Siempre hemos vivido en paz. Oímos llegar los aviones de combate israelíes, el ruido se hace insoportable, y en un momento empiezan los disparos. Tomo a mi hijo, y digo a mi marido: "Quiero ir a casa de mis padres, en el barrio Oeste". Nos alojamos en una casa grande, propiedad de un vecino. Los disparos se intensifican, los bombardeos aumentan. Nos encerramos en la casa. Son las seis. Excepto mi marido, y otro joven, somos mujeres con niños. Escuchamos gritar fuera; un hombre dice: "No uséis armas (de fuego), sino hachas. Si oyen disparos se escaparán". Una bomba explosiona al lado de la casa. Todos empezamos a gritar asustados, nos oyen y disparan. El joven muere asesinado ante nosotros intentando poner fuera un candil. Nos arrojan una bomba; hieren a una mujer, y el dormitorio se convierte en un río de sangre. Los soldados gritan: "fuera, fuera... si no salís dinamitamos la casa". Nos insultan, mientras mi madre abre la puerta: dice que quiere sacrificarse. Hay diez hombres armados, y dice a uno de ellos: "No nos matéis". Él contesta: "Todo el mundo fuera, poneos en una fila". Salimos uno tras otro, yo estoy detrás de mi marido, que lleva al bebé. Entonces le llaman, y, antes de irse, me da el bebé. Un hombre armado le pide que se dé la vuelta; él cree que quieren su tarjeta de identidad. Nada más darse la vuelta, le tirotean con sus fusiles automáticos delante de mí. Sin una palabra, cae al suelo. Yo espero mi turno, mientras me insultan. En un instante nos convertimos en huérfanos: mi hijo, mi madre, mi hermana, yo".

    —Mi nombre es Abu Roudeina. Estoy en casa, con mis padres y mi hermana, cuando empieza el bombardeo, y nos marchamos a la casa de mi tío. Al llegar a ella, el bombardeo vuelve y se acrecienta. En la casa nos separamos: unos van al dormitorio, otros se quedan en el salón. Un poco más tarde, llegamos a ser 25 personas. Nosotros nos trasladamos a la casa de un vecino. Oímos el llanto de una chica que ha sido herida en la espalda. Hombres armados aparecen en la zona, cerca de la casa. Escuchamos gritos, y disparos. Aida, mi prima, que ha ido a la tienda buscando un candil, es atrapada por un hombre armado. La coge del pelo. Ella grita, pide ayuda, y, cuando sale su padre para ayudarla, le disparan, le asesinan. Así saben que estamos en la casa. Entran rompiendo y destruyendo todo lo que encuentran a su paso... oyen nuestras voces, que les llegan desde el sótano, bajan buscándonos... Mi padre está sentado en una silla. Cuando los ve, me besa, pone unos colchones sobre mí, y pide a mi madre que cuide de los niños. El primo de mi padre dice a su mujer: "El niño es tu responsabilidad".

    Jamás olvidaré la imagen de aquel día. Está grabada en mi memoria.

    Nos piden seguirles a la calle. Después ordenan a los hombres ponerse contra la pared; al salir miro el cielo enrojecido, estamos al principio de la calle, y oímos el tableteo de disparos contra mi padre y mi tío. Cruzamos uno trecho flanqueado por hombres armados. Mi prima ve a su padre muerto, y empieza a gritar. Veo el coche de mi padre. Lo han abierto, y se han sentado en su interior; esto también lo  grabo en mi memoria, porque pregunto a mi madre: qué van a hacer con el coche, pero ella no responde. Cuando volvemos a andar, lo hacemos entre los cadáveres de la gente asesinada.

    Nos llevan al centro deportivo, y nos encierran en una sala en la que hay una mujer y sus hijos; a la sala llegan otras personas. Algunas en coche. Otras son asesinadas. Los tanques israelíes están cerca, y, de repente, una mina estalla en el camino, al paso de uno de ellos. Los hombres armados salen corriendo, y lo mismo hicimos nosotros.

    —Me llamo Amal Hussein, y hoy, miércoles, los aviones israelíes sobrevuelan la zona. Bombardean y disparan. Mis hermanos y mis hermanas están asustados; los que tienen miedo se van al refugio, que está detrás de nuestra casa. Un grupo duerme en la casa, y otro  en el refugio. Los aviones siguen encima, cada vez vienen más y más.

    Es jueves. Mi sobrino de tres meses, que duerme con mi hermana en el refugio, empieza a llorar: quiere comer. Por eso sale ella del refugio e intenta llevarle a casa. La acompañan cuatro niños. Cruza el camino que separa la casa del refugio, y los vemos desde la ventana del baño; entonces escuchamos los gritos de los niños y de las mujeres: los falangistas han invadido la zona de repente, nadie puede abandonar el refugio, y escuchamos los gritos de los niños, de las mujeres, de los bebés: los falangistas abren fuego sobre ellos, asesinándolos.

    Estoy en casa. Abro la puerta, y acompaño a mi primo pequeño al baño. Pongo mi mano en su boca para que nadie escuche su voz en caso de que hable. Quedamos en el baño, y entran a buscarnos; no nos encuentran, y, desde ahí, escuchamos los gritos y la masacre. De esta manera sé que fueron al refugio y cogieron a todos los que estaban dentro. Entre ellos había algunos parientes.

    Es sábado. Nos escapamos hacia el interior del campo.

    Tras la masacre, mi madre vuelve en busca de mi hermano y de mis hermanas. No puede reconocerles. Están en descomposición. Los quemaron en una fosa común.

    Mi padre ha enseñado a mi primo, el niño que sobrevivió, a llamarle papá.

    —Yo, Ali Salim Fayad, estoy en casa con otras personas. Hay un coche bloqueando la calle, y vamos a retirarlo. Es jueves. Ya de vuelta, vemos hombres armados frente a la casa. Ordenan  apartar a los hombres de las mujeres y los niños. Ponen a los hombres, como a nuestro vecino palestino y su familia, en fila contra la pared, y los fusilan. Mujeres, niños, asesinados en plena calle.

    Antes de disparar, los preguntan por sus tarjetas de identidad, las enseñan, y luego los matan. Los falangistas buscan en las casas mientras los israelíes los protegen con sus tanques y sus bengalas. Cuando  nos ven, nos disparan, y las balas me alcanzan en la espalda, el muslo y la mano. Me quedo tendido en el suelo. La noche está iluminada por las bengalas. Más tarde llamo a alguien que cruza la calle, y le pido que llame a una ambulancia. Y viene mi hermana, y me lleva al hospital de Acre.

    Al día siguiente los falangistas llegan al hospital, preguntan por mí a mi hijo, que está detrás de la puerta. Se llevan a algunos palestinos heridos, arrastran a un hombre de su cama, y le golpean con un hacha en la cabeza. Era joven. Le mataron.

Robert Fisk, periodista: "El hedor de la descomposición"

    “—Desde luego, quienes entramos en los campamentos en el tercer y último día de la masacre -el 18 de septiembre de 1982- tenemos nuestros propios recuerdos. Yo guardo en la mente la imagen de un hombre tirado en la calle principal, vestido con piyama y con su inocente bastón a su lado; la de dos mujeres y un niño baleados al lado de un caballo muerto; la de una casa particular en la que me protegí de los asesinos con mi colega Loren Jenkins, del Washington Post, y donde encontramos una mujer que yacía en el patio a nuestro lado. Algunas de las mujeres fueron violadas antes de que las mataran. Los ejércitos de moscas, el hedor de la descomposición… uno se acuerda de esas cosas”.

David Lamb, periodista: "Las madres morían aferradas a sus bebés"

    “—Fueron asesinadas familias enteras. Se ponían grupos de 10 a 20 personas contra la pared y las acribillaban a balazos. Las madres morían aferradas a sus bebés. Parecía que a todos los hombres los habían disparado por la espalda. Cinco jóvenes en edad de combatir fueron atados a un camión y arrastrados por las calles del campo antes de matarlos a tiros”.

Ignacio Cembrero, periodista: "Cuerpos amontonados de decenas de mujeres y niños".

    “—No sé muy bien por qué, pero entramos en Chatila por su lado más terrible. De sopetón el olor del aire cambió. El hedor era insoportable. Ahí, a mi derecha, yacían los cuerpos amontonados de decenas de mujeres y niños, muchos de ellos bebés, tirados en el suelo. Los habían matado disparándoles o acribillados a navajazos. Antes de morir las madres habían intentado salvar a sus hijos. De ahí que algunos bebés estuviesen sepultados bajo el cuerpo de su progenitora o incrustados entre sus pechos como para que no pudiesen ver el horror.

    “Acabábamos de descubrir la matanza de Sabra y Chatila, la mayor de civiles palestinos desde que empezó el conflicto árabe-israelí. Eran las nueve de la mañana del sábado 18 de septiembre de 1982 y ya hacía calor en esos campamentos de refugiados en los suburbios meridionales de Beirut. Pero a esa hora aún ignorábamos la magnitud de lo que, 30 años después, se sigue recordando con pesar e ira en el mundo árabe.

    “Nos topamos con el horror nada más franquear la entrada de Chatila. Estaban allí los cadáveres de los palestinos descomponiéndose bajo un sol de justicia y nubes de moscas. Recuerdo que conté más de sesenta cadáveres aunque el número total de muertos rondaría finalmente los dos mil, según las estimaciones más fidedignas. Eran casi todas mujeres, algunas, las más jóvenes, con las faldas levantadas o desnudas de cintura para abajo porque probablemente habían sido violadas”.

Fançoise Demulder, reportera gráfica.

    Logro que un miliciano tolerare mi presencia. Contemplo sobrecogida cómo matan a mujeres, niños y ancianos, sin titubear ni experimentar remordimientos: oculta bajo un pasamontañas, tal vez deseaban que circularan testimonios gráficos del horror desatado. Aparece una anciana palestina. Lleva un pañuelo en la cabeza, y los brazos extendidos. Suplica clemencia, mientras su marido huye con sus nietos sobre un fondo de casas incendiadas. La fotografía obtuvo el premio World Press Photo, y a mí me convirtió en la primera mujer que obtenía ese galardón.

Jean Genet, escritor:             "He visto lo que (el ejército israelí) hizo."

    “—Las masacres no se perpetraron en silencio y en la oscuridad. Alumbrados por los cohetes luminosos israelíes, los oídos israelíes estaban, desde el jueves por la tarde, a la escucha en Chatila. Qué fiestas, qué juergas han tenido lugar allí donde la muerte parecía participar de la bacanal de los soldados ebrios de vino, ebrios de odio, y sin duda ebrios de alborozo por complacer al ejército israelí, que escuchaba, miraba, animaba, reprendía. No he visto al ejército israelí escuchando y mirando. He visto lo que hizo.

    “Hay que saber que Chatila y Sabra son kilómetros y kilómetros de callejuelas estrechas, las callejuelas son tan angostas, tan esqueléticas que dos personas no pueden avanzar a no ser que uno de ellos se ponga de perfil, obstruidas por escombros, bloques, ladrillos, harapos multicolores y sucios, y por la noche, bajo la luz de los cohetes israelíes que alumbraban el campamento, quince o veinte francotiradores, aun bien armados, no hubieran logrado hacer esta carnicería.

    “Los asesinos participaron en gran número y probablemente también escuadras de verdugos que abrían cabezas, tullían muslos, cortaban brazos, manos y dedos, arrastraban, trabados con una cuerda, a gente agonizando, hombres y mujeres que vivían aún porque la sangre ha chorreado abundantemente de sus cuerpos, hasta el punto de que no he podido saber quién, en el pasillo de una casa, había dejado ese riachuelo de sangre seca, desde el fondo del pasillo donde estaba el charco hasta el umbral donde se perdía en el polvo. 

Genet escribió el libro "Cuatro Horas en Chatila" PDF, 43 Página, en español

Cuento de ocupacion 

por Cesar Augusto Salomon

Pasa el tiempo entre las crónicas de las Conversaciones de Paz, reuniones secretas, intifada, esperanzas… y un día llega la noticia: que habrá devolución de zonas ocupadas; que cerrarán los campos de refugiados; que no se levantarán más asentamientos; que no llegarán nuevos colonos… a pesar de sus protestas, de su sentimiento de propiedad de la tierra; de negar la  existencia de Palestina.

    A pesar de ello, los campamentos se abren. Parece un sueño, pero es real. Los campamentos dejan de ser tales, y los niños vuelven a sonreír; corren por sus estrechas calles, renace el bullicio, abren los viejos cafés, y los ancianos se reencuentran. Ya no hay toque de queda, es cosa del pasado.

    Nain y Kaled ya no están solos; ahora viven con su pueblo, juntos. Han encontrado al hermano de su padre, Gamal, el tío que no tuvo hijos porque los opresores mataron a su esposa, una bala perdida, dijeron; y, como era  palestina, no hubo investigación: no tenía derechos. El tío Gamal no volvió a casarse, y Dios le da la gracia de tener dos hijos; dos niños que  habían quedado solos. Fue la soledad la que los unió. La felicidad los embarga, a los tres. Nadie sabe si fue un milagro, o el destino trazado en esta tierra de tanto dolor para un pueblo que se sentía olvidado.

    Muchos se preguntan ¿Quién pedirá cuentas a los asesinos? ¿Quién hará justicia por los niños de Sabra y Chatila?

    Son preguntas sin respuesta. Los que partieron a una diáspora sin retorno, los ausentes…, ¿podrá olvidarlos el pueblo? ¿Podrá perdonar a los causantes de su dolor? ¿Perdonaron ellos al nazismo? ¿Perdonaron ellos al mundo por darles la espalda? ¿O todo fue una venganza del siglo XX?, se preguntan los Nain y los Kaled de los campamentos.

    Un día, en el campamento, Nain le preguntó a Kaled: ¿Es cierto que aquí nació el hijo de Dios?, porque, si es verdad, entonces nosotros somos su pueblo. Y, si es así, ¿cómo permite que suceda esto? ¿Fueron ellos los que crucificaron al Mesías? ¿Los que hoy nos matan?

     Nain duda de su fe, pero Kaled le dice que todos somos hijos de Dios. Y que, igual que Caín mató a Abel, hoy la historia se repite, pero que este dolor que hoy sufren, un día se acabará. Y ese día ha llegado: los campamentos se abren, y el pueblo vuelve a ser pueblo.

    La reconstrucción no se deja esperar, y Nain inicia sus estudios junto a Kaled, pues nunca los habían iniciado. Ahora son niños normales. El recuerdo es duro, nacieron en campos de refugiados, no conocían el mundo más allá de la alambrada, y al descubrir que hay otro mundo más allá de los muros y barricadas, han dejado de ser los niños de los campamentos.

    Cuántos niños sobrevivieron en los campos de refugiados de la Cruz Roja, de la Media Luna Roja, del Medio Oriente…, cuántas historias se repiten en Bosnia, en Croacia…

    Hoy Nain y Kaled viven en una aldea palestina, en la paz del campo, entre olivos y naranjos.

He recibido carta de Nain,  y en ella me cuenta que la paz no está sellada, pero han devuelto las zonas ocupadas. Y me pide que le publique este poema:

Asentamiento

¿Ves ese olivo? Lo plantó el abuelo de mi padre.
¿Ves ese naranjo? Lo plantó mi madre.
¿Ves ese limonero? Lo plantaron cuando yo nací,
y de ello han transcurrido catorce años.
 
¿Ves esa construcción? Es un nuevo asentamiento.
¿Ves como avanza? Dicen que llegará aquí.
¿Que será de mi olivo, del naranjo y el limonero?
 
¿Los dejarán? ¿Los arrancarán? ¿Me quitarán mi tierra?
¿Matarán mis sueños? ¿Lo sabrá mi abuelo?
¿Lo sabrá mi padre? ¿Lo sabrá mi madre?
 
En ellos está mi historia,
En ellos está la historia de mis abuelos,
de mis padres, de mi pueblo.
 
¿Ves esa construcción? Es un nuevo asentamiento.
¿Sabes?, dijeron que no levantarían más,
que nos devolverían la tierra arrebatada,
pero cada día avanzan más.
 
¿Ves cómo avanzan? Son los dragones de la tierra
que se arrastran por el campo y lo devoran todo,
Son las víboras de las noches oscuras.
 
¿Qué será de mi olivo?
¿Qué será de mi naranjo?
¿Qué será del limonero?
 
¿Qué pasará con mi historia?
¿Ves cómo avanzan?

 

Nain describe con crudeza un nuevo problema: los asentamientos, las nuevas construcciones en las zonas ocupadas, en las zonas que serán devueltas a los palestinos, son ahora el enfrentamiento con los colonos.

Para Nain y Kaled el futuro continúa incierto, la pesadilla no ha terminado.

de Cesar Augusto Salomon

 

“En todas las historias de desaparecidos siempre hay una mujer que camina”.

de José Pablo Baraybar, antropólogo forense.

 

 “… aquellas mujeres, vestidas de negro de los pies a la cabeza, iban de una fosa a otra por todo el país sin obtener resultados. Pero no perdían la esperanza y seguían el camino”.

de Guillermo Altares, periodista

“Una lección olvidada” (Viaje por la historia de Europa)

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Experiencias vividas y contadas por sus protagonistas.

Tomado de la Red

 

pb/2021